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El estado de conservación de lo que hoy conocemos como espacios protegidos, es el resultado de la interacción secular entre las sociedades que históricamente los han habitado, y el medio en el que se desarrollaban. Un medio que a veces era recurso, otras entorno hostil del que había que guarecerse, y siempre un marco en el que se desarrollaba la existencia.
En un contexto en el que es cada vez más difícil encontrar entornos no transformados, es imposible no ver la huella de la mano humana en muchos de nuestros espacios más emblemáticos. Esto los configura no sólo como espacios naturales, sino también como espacios culturales, lienzos gigantes en los que el observador avezado puede leer cómo paisaje y paisanaje han evolucionado de la mano.
Esta es la filosofía que subyace en la figura de protección de las Reservas de la Biosfera, que busca fomentar un mayor diálogo entre la interfaz político-social y la ecosistémica, resaltando el beneficio mutuo entre la conservación de la naturaleza y su biodiversidad, y el bienestar socioecómico de las poblaciones.
En estos días, se ha dotado a la Reserva de la Biosfera de la Mancha Húmeda de los instrumentos necesarios para su gobernanza: un Órgano de gestión, responsable del desarrollo de las estrategias, líneas de acción y programas de la Reserva; un Órgano de participación en el que estén representados los agentes que intervienen en el territorio, de forma que lo que se hace en la Reserva sea fruto de una gestión participativa del territorio; y finalmente un Consejo científico que funcione como órgano consultivo e independiente para el seguimiento y evaluación permanente de las acciones e iniciativas de la Reserva de la Biosfera.
Estos tres órganos se consideran herramientas imprescindibles para seguir avanzando en ese objetivo contemplado en el Plan de Acción para las Reservas de la Biosfera, de hacer de estos espacios lugares de aprendizaje para el desarrollo sostenible, para demostrar las compensaciones y el equilibrio entre los servicios y las funciones de los ecosistemas, las interacciones hombre-medio ambiente, y el bienestar.
En línea también con esta filosofía, en este número contamos con una colaboración especial que nos introduce en la biodiversidad cultural de dos de nuestros espacios naturales más emblemáticos: las Tablas de Daimiel y Cabañeros. El artículo pone de manifiesto la estrecha relación entre la diversidad bio-ecológica y la cultural, y cómo la conservación de la primera debe ir asociada a la preservación y puesta en valor de la segunda.
Y hablando de espacios emblemáticos, otro de los artículos de este número lo dedicamos a las Lagunas de Ruidera, y en concreto a la vegetación sumergida. El artículo nos habla de un estudio realizado en el Parque Natural, que puede servir de base para futuros seguimientos de la evolución de las praderas subacuáticas de este complejo lacustre.
También incluimos un artículo sobre los Centros de Recuperación de Fauna, una herramienta clave en la conservación de nuestra fauna amenazada, no sólo por su papel en la recuperación de ejemplares para reintegrarlos al medio natural, sino también por su función en el ámbito de la investigación y el seguimiento sanitario de las poblaciones.
Por supuesto también incluimos el boletín de áreas protegidas, y nuestras secciones habituales de noticias breves, y de fotografía (Y tú, cómo lo ves?). |
