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PARQUES Y JARDINES URBANOS
Revista número: 16
Autor: Pedro M. López Medina
EDITORIAL
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Revista número: 21
Autor: Mª Elena Gómez Sánchez
 
 
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El por qué de la singularidad de las plantas
 
Según la tradición, este laurel fue plantado por Gustavo Adolfo Bécquer en el siglo XIX
 
La singularidad de los ejemplares botánicos, ya sean árboles, arbustos u otras especies no leñosas, no depende sólo del tamaño o longevidad que alcancen, aunque estas características sean normalmente las más aparentes o destacadas. La singularidad puede venir definida por otra serie de conceptos y situaciones, tantos como pueda demostrar nuestro interés humano por aspectos de cultura, percepción, intereses o sensibilidad. Es decir, que pueden ser todas aquellas plantas que por uno u otro motivo destaquen dentro del contexto ecológico, social o cultural en el que se enmarquen.

Por lo tanto, los factores que a un vegetal concreto le pueden destacar sobre otros pueden ser motivaciones humanas, del entorno geográfico o del propio ejemplar. Dentro del primer grupo podemos encontrar aquellos pies dotados de simbolismos, leyendas, tradiciones, etc. En segundo lugar están los que tienen una posición geográfica única, la historia ligada al lugar, etc. Por último la altura, la edad, el diámetro del tronco o la copa, la forma, las características de sus frutos y hojas, la ramificación... son cualidades de un ejemplar que le pueden diferenciar de sus congéneres.

La existencia de árboles, arbustos u otros ejemplares singulares no queda limitada a ninguna distribución espacial. Se pueden encontrar, como así ocurre, en jardines privados o públicos, en zonas periurbanas, en medio de un lugar totalmente urbanizado, en montes o en zonas de antiguo dominio forestal y hoy ocupados por otros usos.

 
Individuos vegetales más o menos normales dentro de su especie pueden ser únicos para personas o pueblos por sentimientos particulares o historias locales. Igualmente, mientras que una planta concreta puede ser destacable en un contexto ecológico determinado, en otra zona con mejores condiciones del medio para la misma podría pasar inadvertida.

Los ejemplares alóctonos normalmente alcanzan antes la categoría de singulares, incluso en algunas ocasiones lo alcanzan en el mismo momento de su plantación. Por el contrario las especies autóctonas necesitan alcanzar grandísimos desarrollos para destacarse, a no ser que su singularidad se deba a aspectos religiosos, históricos... Por ejemplo, en nuestra Comunidad, para que una encina o un olivo sean destacables sobre los demás deberán poseer un fuste, porte, diámetro de copa o cualquier otro parámetro muy superior al resto de miembros de su especie. Sin embargo, si plantamos una sabina mora (Tetraclinis articulata), un árbol de las Pagodas (Ginkgo biloba), un cocotero (Cocos nucifera) o una palmera datilera (Phoenix dactylifera) de cierta talla y son capaces de crecer y desarrollarse con normalidad, se constituirían automáticamente en rarezas a destacar.
Su situación en pueblos y ciudades
 
El “Plátano de la Fábrica de Armas” es sin duda el mayor de los de su especie en la ciudad de Toledo
 
Si bien en algunas normativas autonómicas solo se considera con la categoría de “singular” a los árboles que vegetan en estado silvestre, se tiende, cada vez más, a estimar como singulares o monumentales tanto a los silvestres como a los plantados por el hombre, independientemente de que sean especies autóctonas o foráneas. Por ello muchos municipios han aprobado en estos últimos años sus propias ordenanzas, declarando como protegidos a árboles y arboledas monumentales de sus términos municipales.

En medios urbanos, uno de los principales problemas que afectan a estas plantas sobresalientes es la alteración de su entorno inmediato, fundamentalmente cuando se procede a su urbanización. La reducción de su espacio aéreo o radicular por obras próximas, la compactación del suelo, la retirada de la capa vegetal o el pavimentado perimetral con superficies impermeables, suelen crear condiciones adversas de las que un árbol o un arbusto tardan mucho o, incluso, no puede adaptarse nunca. Para ello hay que apelar a la responsabilidad de los técnicos y organismos responsables, aportando opciones y soluciones creativas y novedosas a las nuevas demandas de la sociedad.

Mucho más preocupante es cuando en la construcción de nuevas infraestructuras no se tienen en cuenta los elementos vegetales existentes, al considerarlos una cuestión menor, algo incompatible con el nuevo uso que se quiere dar al terreno, o incluso una molestia.

En los dos encuentros de ámbito estatal celebrados hasta ahora, acerca del arbolado monumental y singular (Barcelona, 1997 y Alcalá de Henares –Madrid-, 2005), se han consensuado entre los técnicos, gestores y participantes una serie de medidas para ser tenidas en cuenta en la gestión de todos aquellos ejemplares que por uno u otro motivo sean dignos de realce y formen parte del patrimonio natural del lugar.

Las medidas de conservación de los ejemplares deben realizarse previo estudio dendrológico individualizado y específico a cada momento y circunstancia. Además es imprescindible el estudio del medio natural y de la historia donde crece la planta. Basándose en estos estudios y diagnósticos se podrá establecer un plan de gestión que garantice la aplicación de las medidas idóneas de conservación y el seguimiento en el tiempo, con todas las garantías científicas.

El conocimiento de la biología del árbol o de la planta en cuestión, basado en la investigación fundamental y aplicada desarrollada en los últimos años sobre la arquitectura arbórea, senectud, sistemas de defensa, ecología, biomecánica, rizosfera, etc. es esencial a la hora de realizar cualquier intervención sobre estas plantas y su entorno. Hay que tener en cuenta que no solo hay que considerar los principios agronómicos, forestales u ornamentales generales, sino que habría que hablar en muchos casos de botánica geriátrica.

Es fundamental proteger y no alterar las condiciones del medio donde se ha desarrollado el vegetal durante decenios o cientos de años. La superficie ocupada por las raíces suele ser algo mayor que la proyección de la copa sobre el suelo. Se considera que cualquier tipo de intervención que se produzca a menos de 10 metros de radio más allá de la copa de los ejemplares arbóreos debe ser previamente autorizado.

Cuando alrededor de los árboles se produzcan transformaciones urbanísticas se tendrá en cuenta que, previamente al inicio de cualquier tipo de intervención, obra, reparación o modificación, es necesaria la elaboración de una documentación técnica específica con las características constructivas y planos detallados, del entorno y del área de protección, excavaciones, conducciones aéreas y subterráneas, viales y pavimentos, edificios colindantes, ajardinamiento, etc. que se realizarán en las proximidades de las plantas singulares. Así mismo es necesario proceder a delimitar “in situ” el área de protección de los ejemplares afectados, de la raíz a los extremos de las ramas, por personal debidamente cualificado. Como protección previa al comienzo de las obras, se procederá a la instalación de un vallado sólido e impenetrable en dicha área; teniendo en cuenta que su interior no podrá utilizarse como almacén o depósito de ningún tipo de material.

Por otro lado hay que hacer una llamada de responsabilidad de cara a evitar el transplante de árboles u otros ejemplares monumentales, ya que sufren gravísimos daños en su salud, que cuando no acaba en la muerte del ejemplar les ocasiona un fuerte estrés fisiológico, merma en el crecimiento, problemas biomecánicos y mayor sensibilidad a los agentes patológicos, para toda la vida. Además de la pérdida cultural e histórica que puede acarrear.

Por último, debemos entender que tanto la concienciación ciudadana como la de la Administración deben recaer en la aceptación social del verdadero peso y valor de las plantas sobresalientes. Esto es necesario para poder acometer unos cuidados más complejos y más caros de los que las tradicionales prácticas jardineras y forestales representan.
El caso de Toledo
 
Pues bien, recientemente acaba de ver la luz un libro titulado Plantas singulares de la ciudad de Toledo, primer libro de la editorial Cuarto Centenario. En él se hace una exhaustiva recopilación de ejemplares, o pequeños grupos en algunos casos, que por uno u otro motivo destacan sobre el resto de vegetales del término municipal. 112 individuos (o grupos), pertenecientes a 75 especies diferentes, nos muestran la riqueza botánico-patrimonial que atesora la capital regional.

 
  
 
Puede conseguir su ejemplar en todas las
librerías de Toledo o bien a través de la
página web:


Como no podía ser de otra manera, aglutina especímenes situados en propiedades privadas: interiores de casas, conventos, instituciones diversas o administraciones; con aquellos que se encuentran en los parques y jardines públicos o en el medio natural, ajenos al discurrir urbano.

 
Sus 11 metros de altura, y sus más de cien años, convierten al Almendro del Hotel Almazara en uno de los “habitantes” destacados de los cigarrales de Toledo
Pero lo curioso es que, siendo un libro de plantas, no habla ni de botánica ni de otras disciplinas afines. Nos descubre que todas las especies tienen una gran ligazón con las culturas en donde se encuentran. Que hombre y naturaleza, ser humano y plantas, tienen un devenir histórico común, y que en ellas hemos depositado muchas de nuestras creencias, necesidades, cobijo o explicaciones. Por ello resalta, en los textos generales de cada género, las tradiciones, leyendas, mitos o usos que a lo largo del tiempo se han generado, formando parte de la cultura de las distintas sociedades. Como muestra del contenido vamos a extraer algunas cosas curiosas de las reflejadas en la publicación citada.
Ejemplares ligados con personajes históricos

No podía faltar en Toledo, ciudad milenaria, la presencia de ilustres personajes a lo largo de su historia. Algunos de ellos, además de su arte, su literatura o su religiosidad, mostraron también su sensibilidad con las plantas.

Uno de los ejemplares más característicos y con mayor simbología de cuantos pueblan la ciudad es el “Laurel de Bécquer”. Según la tradición, fue plantado por Gustavo Adolfo Bécquer en 1868-69, años en los que vivió aquí junto a su hermano y pintor, Valeriano, y en los que escribió su afamado Libro de los Gorriones. A pesar de ello el ejemplar existente en la actualidad se podría tratar de un retoño, o uno nuevo plantado con posterioridad a aquel que se ligase al poeta, ya que, según dice Ismael del Pan en 1932: “lamentémonos de que la sequía haya hecho perecer este monumento vegetal, el más hermoso y de mayor espiritualidad de cuantos pudo dedicar Toledo a Bécquer”. Es un ejemplar femenino que fructifica abundantemente cada dos años y que consta de tres brazos o troncos de 75-80 cm. de perímetro cada uno. Las numerosas oquedades de los mismos, con el afán y buena voluntad de mantenerlo, han sido rellenadas de cemento para fortalecer su estructura.

Otro laurel famoso es el “Laurel de Matías Moreno”. Situado en la casa que perteneció al pintor Matías Moreno González. Comprada por él en 1870 aunque el laurel posiblemente lo plantase entre 1880-90, época en que se dedicó mas profundamente al diseño y remodelación del jardín. Es un ejemplar hembra, de los denominados de hoja rizada. Compuesto de varios troncos principales y numerosos renuevos. Para incrementar su valor baste decir que además su sombra ha servido durante los últimos decenios para la preparación de mezclas y sustancias utilizadas por Aguado, famoso ceramista toledano.

En la huerta del convento de Santa Isabel se encuentra la “Oliva de la Madre Jerónima”, denominada así por las religiosas ya que según la tradición fue plantada por Sor Jerónima de la Fuente en una de las numerosas ocasiones que vino a este convento a hacer penitencia. Esta mujer, coetánea de Velázquez, por quien fue retratada, se marchó a Filipinas en el año 1620, siendo la primera misionera clarisa de Oceanía. En otro convento, en el de las Carmelitas Descalzas, encontramos una plantación cuanto menos curiosa en estas latitudes con inviernos rigurosos. Siete son los ejemplares de caquis plantados en la huerta, presentes gracias a la perseverancia de una de las hermanas que, procedente de Granada, añoraba la vista de estos árboles que se encontraban en su convento de origen. Pero solo uno de tiene nombre propio, el “Caqui de Isabel-María”. Se debe a los nombres respectivos de la nieta y abuela de la condesa de Guendulain, en honor de quien fue plantado.

 
Este impresionante pino piñonero acompaña a la Escuela de Arte desde su inauguración a principios del siglo XX
Los de grandes dimensiones

Por supuesto, dentro de un listado y descripción de árboles u otros vegetales monumentales, no podían faltar aquellos que poseen ciertas medidas que los hacen ser unos gigantes de su especie.

“El Pino carrasco de la fábrica de armas”, con sus más de 26 metros de altura y sus 3,6 metros de perímetro de tronco, es uno de los más sobresalientes. Debido a su crecimiento aislado, en lo que actualmente es la plaza central del campus universitario, y ante el miedo de que pudiera desestabilizarse y caerse, en 1999 se le colocaron unos cables -vientos- para prevenir su hipotética caída que fueron retirados un par de años más tarde. Esta escena de gigante atado es la que hizo que en el círculo universitario se le llegase a conocer con el apodo de King-Kong.

Con sus más de treinta metros de porte, el Cedro de la Vega sobresale sobre el resto de los árboles del parque del Paseo de Merchán
 
La treintena de metros suele ser una cota muy alta para ser alcanzada por cualquier árbol, sobre todo en lugares en los que los factores ecológicos reinantes no suelen ser favorables. Pero sin embargo el “Cedro de la Vega” con esa altura se erige como el más alto de cuantos árboles existen en el Paseo de Merchán o parque de la Vega. Su plantación posiblemente date de 1868, cuando se realiza la ampliación del Paseo y toma la conformación que hoy conocemos.

Otra conífera destacable es el “Tejo del palacio arzobispal”. Su importancia además radica en la rareza de la presencia de esta especie en la ciudad. Su altura de 15 m, su porte estilizado, su estado de salud y su emplazamiento, hacen de él un ejemplar único a nivel nacional. La gran longevidad de esta especie provoca que en unas fuentes se cite el origen del ejemplar en 1605 y en otras hace más de 1.500 años. De lo que no cabe duda es de que en un tejo centenario y que posiblemente proceda de la época de construcción de los edificios aledaños, es decir, del siglo XVIII.

Las frondosas también presentan individuos dignos de ser reseñados. Tal es el caso del “Plátano de la fábrica de armas”, sin duda el mayor ejemplar de la especie de todos los presentes en la ciudad. Los cuatro metros de perímetro de su tronco se hacen necesarios para poder soportar los seis corpulentos brazos principales en que se divide a tres metros de altura.

Por su parte el “Árbol del paraíso de la barca de pasaje”, situado en la margen izquierda del río Tajo, junto al molino de Saelices, posee un tronco principal de más de dos metros de circunferencia. Resquebrajado por la mitad e inclinado debido al extraordinario peso de la copa, por lo que gran parte de la misma se encuentra apoyada en el suelo. El tronco, a un metro de altura, se divide en cuatro brazos, que bien podrían cada uno de ellos ser troncos de árboles adultos y corpulentos.

También postrado se encuentra el “Taray de Safont”, individuo compuesto por dos poderosos troncos que con el paso de los años se han ido venciendo por su propio peso hasta apoyarse ambos prácticamente en el suelo. Si bien en la temporada 2000-2001 fueron inexplicable y brutalmente cortados sus dos brazos principales con el propósito de “guiar hacia el cielo” el resto de las ramas.

Plantas fuera de su lugar

Naranjo de Santa Clara
 
Inexplicable parece algunas veces la presencia de especimenes que vegetan con aparente normalidad, aun cuando los factores ecológicos del entorno difieren muchísimo del hábitat de la especie. Las “Sabinas moras del Cambrón” son buena muestra de ello. Situadas en los jardines del Paseo de Recaredo, sin protección alguna ante las heladas, factor limitante de esta conífera, aparecen cuatro arbolillos, de hasta siete metros de altura, que fl orecen y fructifi can con toda naturalidad en este espacio toledano.

En el mismo paseo se encuentra el “Algarrobo del Cambrón”, nacido en medio de un seto, procedente posiblemente de alguna semilla de algarroba presente en el estiércol o mantillo usado para abonar el jardín en el que está. En la actualidad alcanza los seis metros de altura y tiene la peculiaridad de que en los años con inviernos de heladas intensas acaba comportándose como un caducifolio, ya que se hiela todo el follaje para volver a brotar en la primavera siguiente. En la terraza de uno de los más afamados hoteles toledanos se encuentra el “Falso pimentero del Beatriz”. Árbol oriundo de Sudamérica muy extendido como ornamental, por sus ramas colgantes y hojas perennes, en el litoral mediterráneo español. Rarísima su presencia aquí, a la intemperie, y más raro su extraordinario vigor y crecimiento, que necesita de podas periódicas de sus ramas péndulas para permitir el paso a las mesas situadas bajo él.

Los “Árboles botella de San Ildefonso”, plantados en el lateral de la iglesia del mismo nombre, son otras de las rarezas a destacar. Los dos ejemplares, que florecen con aparente indiferencia a la adversidad del clima, con una decena de metros de altura, proceden de semillas del parque de Maria Luisa (Sevilla), sembradas y cultivadas en maceta por un feligrés, y plantados con poco más de medio metro en el año 1996.

De silvestres a humanizados

El avance de las ciudades parece imparable en su aparente batalla para conquistar el terreno que otrora fuera campo. Por ello aparecen ejemplares que han pasado de estar en un entorno más o menos natural a ser testigos y protagonistas de escenas urbanas.

Así sucede con la “Encina de Monte Sión”, que en la actualidad se encuentra en una rotonda, en los primeros tramos de la carretera CM-4000 a su salida de Toledo. Corpulenta encina para las condiciones ecológicas de la zona, con copa típica –baja y redondeada- y una salud envidiable a pesar de faltarle un brazo de los tres que constituían su estructura primitiva. Como resto aislado de la vegetación de la ribera típica del Tajo a su paso por Toledo se encuentra el “Álamo blanco de Safont”. Hoy en el parque de Safont, y junto a la minicentral eléctrica. En las máximas crecidas del río la lámina de agua casi llega hasta su base. Aunque bastante decrépito en la actualidad, es uno de los árboles más corpulentos de la ciudad, con sus 4.40 metros de circunferencia y una altura de 23 metros.

En plena ciudad, en la calle Coronel Baeza, se haya el que posiblemente sea el mayor, mejor formado y más sano de los escasos supervivientes de olmos comunes. Sus medidas fundamentales son: altura 19,5 m, anchura de copa 13,8 m y perímetro de tronco de 2,5 m. Permanece como resto de lo que un día debió ser una de las primeras alineaciones arboladas del extrarradio de la ciudad, manteniéndose hoy como testigo del avance del proceso urbanizador.

De lo vulgar, lo más destacable

Si bien en los ejemplares destacados abundan algunos representantes de especies poco conocidas o divulgadas en la zona, también acaban sobresaliendo algunos individuos de algunas de las especies consideradas vulgares hoy día en nuestra jardinería y nuestra cultura. Ahí está el “Aligustre de la catedral”, que con una talla inusual pasa de metro y medio de perímetro de tronco y su altura le hace sobresalir del claustro. Y el “Almendro del hotel Almazara”, ejemplar de almendras dulces con más de 11 metros de altura total y 2,4 metros de circunferencia de tronco, que se encuentra en la terraza y que posiblemente proceda del siglo XIX.

También el entorno urbano ha dado cobijo a plantas agrícolas como la vid. Las “Parras de las Bulas” suben por encima de la tercera planta de la casa y forman un emparrado sobre la terraza allí existente. La parra mayor, la de la fachada, es de uva negra y, aunque originaria de la antigua Yugoslavia, fue traída desde California hacia 1920 para ser plantada aquí. La otra, de uva blanca, se instala sobre el aljibe y si bien posee un tamaño menor, es bastante más antigua, ya que permanece ahí desde el siglo XIX.

Una lástima fue la muerte de la “Piracanta de San Bernardo”, espino de fuego que murió a lo largo del 2005. Este arbustillo espinoso llegó a conseguir un desmesurado crecimiento, con una copa de 10 metros de diámetro bajo la cual se podía pasear.

Casi incapaz de aguantar su propio peso, este ejemplar de Morus nigra localizado en el Parque de Safont, junto al puente de Azarquiel, constituye una auténtica reliquia viviente

Un vergel… de frutales

Visto lo visto además sorprende que la ciudad parezca un huerto frutal, pues no en vano aparecen como destacados: almendros, azufaifos, caquis, higueras, granados, limoneros, naranjos, nísperos, nogales, olivos y parras.

En definitiva, un placer para el paladar, la vista y la riqueza patrimonial.
Enrique García Gómez
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